17 de julio (2017). Tengo sueño.

Tengo sueño. Mucho sueño. Pero mucho mucho sueño. Voy a hablar de una experiencia que todo el mundo pasa en algún momento de su vida laboral.

No he vivido un lunes más cuesta arriba en toda mi vida. Palabra. Dormir tres horas y trabajar siete no es una buena idea, no salen las cuentas. Pero a ver, seamos realistas: tener 20 años y estar en verano es incompatible con irse a dormir en plan horario europeo, a las 10.

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El caso es que yo me paso de chula y me voy a dormir a las 2:30. Y el calor que hacía, que también se pasa de chulo, me ha despertado a las 5:30. El metro me parecía un rodaje de The Walking Dead. Y oh cielos, he pasado a formar parte de esos especímenes que se quedan dormidos de camino al trabajo.

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Estoy escribiendo un post sobre “7 consejos para que tu blog no se duerma en verano”, y yo luchando de 7 maneras para no dormirme en el trabajo.

  1. Se me caían la cabeza y los párpados (por lo menos no se me caía la baba). Y una y otra vez… cabezada para delante, cabeza para atrás… me autoasustaba y me despertaba un poco. Y luego otra vez.
  2. Escribía todo mal en el teclado. Yo estaba despierta. Mis neuronas no.
  3. “Fijo que con un café se me pasa”. Bajé en el ascensor con la frente apoyada en la pared. Cualquiera que me hubiera visto…
  4. Pensé en buscar conversación. Pero es lunes para todo el mundo, el silencio reina en la oficina. Ah, y además soy un poco asocial y eso…
  5. 2º bostezo. Otro bostezo… Gran bostezo… Bostezo doble. He escrito tanto “bostezo” que ya me está sonando rarísimo.
  6. Pensé mil veces “hoy me voy a dormir pronto”. ¿Alguien se lo cree?
  7. Zzz…

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